¡Cómo fracasar con tu Idea Genial!

Momento epifánico, en el que se ve, tan clara y evidente la oportunidad para desarrollar un emprendimiento exitoso que no podemos contener el grito: “Tengo una genial idea”…
¿Cuántas veces escuchamos esa frase, en un asado con amigos, en alguna reunión social o bien en una pausa de trabajo?
Seguramente, muchas.

Caminando en el Desierto de la Idea…

Una suerte de visión romántica, que vincula la aparición de una idea con una revelación misteriosa o a un instante mágico de creatividad.

Sin embargo, existe un margen gigante entre el porcentaje de posibles proyectos y su concreción. ¿Por qué? Debido al espejismo de la idea. Este espejismo nos engaña, nos muestra realidades inexistentes. Peor aún, nos empuja a atribuirles a las ideas un valor desproporcionado, que se asocia, en parte, al narcisismo de la ocurrencia brillante.

Todos, casi todos los emprendedores, alguna vez “caímos rendidos” a la “creencia” que la idea es todo y, además, es única. Nace, inmediatamente, el temor de que alguien quiera robarla. En lugar de salir a cotejar o comprobar la idea con el mercado, con profesionales/emprendedores de esa misma actividad, tendemos a protegerla, a tal punto que nunca reunimos la información necesaria para saber cuán viable resultaría.

Los emprendedores nos perdemos en el desierto de la idea. El resultado es siempre el mismo: se lleva adelante el proyecto sin un buen entendimiento del mercado o, directamente, nunca se concreta. En ambos casos, se fracasa.

¿Pero quizás no esté claro todavía, por qué se fracasa?

Se fracasa por una fantasía. Por la falacia de creer que tenemos algo que es sumamente valioso cuando no lo es.

La idea es nada o, al menos, muy poco. ¡Despertemos! Los invito a un breve cáculo: existen alrededor de 6900 millones de personas en el mundo. Supongamos que el 3% (207 millones) tiene rutinas similares a la tuya, que se enfrenta a problemas diarios parecidos y que trata de encontrar soluciones originales a esas situaciones. Imaginemos, también, que cada persona tiene 3 ideas por año. Entonces, tendremos, “apenas” 621 millones de posibles negocios.

Y para que no parezca poco y pienses que este cálculo es una especulación. La Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), durante 2016, sólo en los Estados Unidos, China, Alemania y Japón, se solicitaron registros por alrededor de 1,7 millón de patentes, 3,5 millones de marcas y 890.000 dibujos técnicos. Es fácil percibir que las probabilidades de que una idea sea totalmente original resultan, prácticamente, nulas.

Por nombrar, uno de los proyectos más exitosos de la Argentina en los últimos años, Mercado Libre, el factor diferencial no estuvo en la idea. Marcos Galperín lanzó Mercado Libre con una premisa muy clara: “Seré el eBay de América latina”. Algo parecido ocurrió con Roby Souviron y Despegar.com.

Pero entonces, ¿la idea no tiene valor? Sí, lo tiene, aunque sólo cuando existe un sustento detrás. “Por una idea pago US$ 0,05. Por una implementación, ¡pago una fortuna!”. Esta célebre frase de Peter Drucker expresa perfectamente el punto.

El espejismo de la idea engaña, como sucede a los caminantes extraviados en el desierto. Nos enfoca en un “qué” brillante y seductor, y nos aleja de la cuestión esencial que debe desvelar a todo emprendedor: el “cómo”. Es en el proceso, en la investigación, en el desarrollo y en la puesta en acción que se gesta la verdadera diferencia. La idea tiene importancia como un punto de partida, como la ignición de un motor que la trasciende. El valor no está en la idea, sino en lo que se haga con ella.

“¡Todas las ideas nacen muertas… está en las manos del Emprendedor darles vida!”

 

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